SEGUNDA PARTE DEL VIAJE POR LA PUNA: POR LOS SALARES Y MINAS DEL ALTIPLANO
Antofagasta de
Uno de los guías de Antofagasta, Adrián, que conocía la ruta con lujo de detalles, nos dio la información que buscábamos, pueblo por pueblo, o mejor dicho, casa por casa. Había subida y camino muy malo –“mucho costillar”– hasta la mina de litio al sur del Salar del Hombre Muerto. Después, las empresas mineras tomaban el control de la ruta y la regaban con salmuera para hacer una capa sólida capaz de aguantar los pesados camiones que utilizan, hasta llegar a Salar de Pocitos, desde donde se empalma la ruta que viene de Chile por el paso de Sico. Concluimos, con este y otros informes, que era factible en unos cinco días.
Empleamos el día que nos quedamos en Antofagasta en descansar, charlar con otros viajeros hospedados en el mismo lugar, el hostal de Doña Pascuala, y preparar todo para la travesía que se preveía más dura que todo lo anterior: conseguir aceite para la cadena (que nos habíamos olvidado en Buenos Aires o perdido), cambiar un rayo para tratar de enderezar la rueda trasera que venía frenada por momentos y aprovisionarnos de comida y agua que posiblemente no íbamos a poder reponer hasta Salar de Pocitos.
SOLEDAD Y MEGAMINERÍA
El camino se hizo casi imposible apenas saliendo de Antofagasta. El ripio era una capa blanda de arena y piedras con un serrucho que evidenciaba que hacía mucho tiempo que no había ningún tipo de mantenimiento. El tráfico era inexistente –vimos dos camionetas en dos días– y el camino subía en forma permanente. Había partes en que se dividía en dos o tres huellas, que habían formdo vehículos buscando lugares alternativos para avanzar.
Decidimos hacer una primera etapa corta (
En la última de las casas, habitada por dos hermanas y los hijos de una de ellas, pedimos permiso para acampar. Había una arboleda y un pequeño muro que cubría algo del viento. La señora nos mostró las truchas que pescaban y vendían en Antofagasta. Todo se veía pobre pero no lo era tanto como el modo de vida parecía indicar: la “haciendita” tenía su precio, lo mismo que los terrenos, y a la más joven de las hermanas la vino a buscar el esposo para llevarla a su casa de Antofagasta en una camioneta bastante nueva. La otra, encorvada por una vida de trabajo, se quedaba a cuidar los animales.
Cayeron unas gotas a la tarde, que se convirtieron en una lluvia moderada. Hacía tres años que no llovía, y la gente lo estaba esperando porque la sequedad estaba haciendo difícil la vida de los animales y, por lo tanto, la economía de la que viven de ellos. Durante los días siguientes, tuvimos agua de sobra.
A la mañana temprano seguimos viaje. El camino seguía igual de espantoso y comenzamos a subir una cuesta bastante fuerte inmediatamente después de salir. La jornada fue durísima, todo el día sin poder superar los
En una curva a
Cuando llegamos a Falda Ciénaga, resultó un lugar deshabitado y sin agua. Los pobladores, de hecho, se habían ido porque la vega de altura que le daba agua al ganado y a ellos mismos se había secado. Seguimos entonces
Las dos mujeres solitarias nos permitieron acampar en la estructura destartalada de un invernadero en desuso. Había juguetes de plástico de los chicos de la escuela tirados por el piso, restos de materiales de construcción, una especie de petroglifo en la ladera de la montaña que daba la bienvenida a la escuela que ya no existía y que habían mudado a otro sitio a una treintena de kilómetros. Llegamos a cocinar una sopa reparadora antes de meternos en la carpa a refugiarnos de la lluvia helada que comenzó a caer al atardecer.
Después de renovar la provisión de agua, mientras las mujeres alimentaban a una cotorra que era su compañía en esas soledades, partimos. Había una bajada de algunos kilómetros que se internaba en el Salar del Hombre Muerto. A lo lejos, el salar parecía una inmensa laguna blanca con islas montañosas. Al concluir la bajada, empezaba el esperado camino regado con salmuera de las mineras. Una multitud de carteles anunciaba la entrada a la mina y las alternativas del camino, todos estaban firmados por las dos grandes empresas que operaban en la zona. Terminaba el dominio del Estado provincial, es decir el camino intransitable, y empezaba el poderoso mundo de la megaminería. Un cartel anunciaba que Salar de Pocitos estaba a
Aprovechamos ese camino inesperado y avanzamos a buena velocidad, saludados por las bocinas de los camiones, atravesando un mar de sal a ambos lados de la ruta. Del otro lado del Salar (unos
El camino empeoró un poco pero se podía andar. Empezamos a transitar entre lomas, donde se veían vicuñas que escapaban ante nuestra presencia, una burra con su pequeña cría, camiones que levantaban nubes de polvo. El cielo se nubló de golpe y empezó a granizar. Entramos a la provincia de Salta y algunos carteles viejos y oxidados anunciaban borrosamente la distancia a los lugares donde pensábamos llegar para pasar la noche, Tolar Chico y, unos
Sin embargo, Los Colorados no era ningún pueblo sino una casa a unos
A unos
A eso de las 6 de la tarde empezó a llover y gruesos chorros de agua caían por los agujeros del techo de chapa del comedor, donde ya estábamos instalados. Al rato explotó la única bombita de luz que había allí y poco después un corto circuito hizo unas llamaradas y chispazos a lo largo del cable. El agua estaba inundando el pueblo, donde nunca llueve y nada está preparado para una tormenta. La gente empezó a entrar al almacén comentando las alternativas del hecho: un rayo había caído en tal parte y quemado un poste de luz, otro más allá, todo estaba inundado. La energía de la casa no se podía cortar porque no había interruptor de corriente. Estaba el camionero-proveedor de mercancías de los pueblos de los alrededores, empleados de Vialidad, vecinos, un corrillo comentando el fenómeno inesperado.
Al final, nos ofrecieron quedarnos a dormir en una pieza del campamento de Vialidad. El comedor del almacén, además de haberse quedado sin luz, era un barrial, el agua caída sobre el piso de tierra lo había convertido en un pantano. Dejamos allí el tándem y nos fuimos con las bolsas de dormir y algunas cosas, esquivando los ríos de agua del pueblo inundado.
Salar de Pocitos era el comienzo del último tramo de Puna antes de llegar a lo que a esa altura se nos presentaba como una metrópoli, pero que para la mayoría de los turistas que recorren el NOA representa algo así como el lejano Oeste, la pequeña ciudad minera de San Antonio de los Cobres. La tormenta presagiaba un par de jornadas difíciles por el barro, pero no resultó ser tan problemático, salvo algunos breves tramos donde el lodo se acumulaba en los frenos y las ruedas, o algunos charcos tan grandes que ocupaban todo el ancho de la ruta. Poco antes de llegar al cruce con la carretera que viene desde el paso de Sico, hubo un trecho bastante largo donde el barro convertía la ruta en un terreno resbaladizo y traicionero, en que los camiones pasaban con cuidado y tuvimos que hacer caminando en parte. Desde ahí, el camino hace una curva y enfrentamos un fuerte viento en contra para llegar al siguiente pueblo, Olacapato, donde encontramos un hospedaje. Pudimos bañarnos después de cinco días de duro camino.
Olacapato es un típico pueblo de Puna, de tristes casas de adobe, barrido por el viento. Sólo quedaba una jornada de unos
DESCENSO HASTA EL VALLE DE LERMA
Bastante frío y más lluvia nos recibió en San Antonio de los Cobres, antigua capital de la gobernación de los Andes, ubicada a 3.800 msnm. Estuvimos un día descansando allí antes de encarar la etapa final hacia la ciudad de Salta,
En el plan original habíamos incluido el Abra del Acay, pero descartamos esta alternativa por falta de tiempo y por las malas condiciones climáticas. Nos sobraban algunos días entonces, y decidimos hacer con tranquilidad la bajada a Salta.
De todos modos, la bajada empezaba subiendo. Primero al salir de San Antonio, todavía en ripio durante
En plena bajada, en un descanso, nos alcanzaron dos ciclistas belgas que habíamos conocido a la mañana antes de salir de Sana Antonio de los Cobres. Enzo y Corinne venían de Ecuador y habían cruzado por Sico, pero gran parte del trayecto desde la frontera lo habían hecho en camión por el barro.
Paramos en Santa Rosa de Tastil, donde dormimos y a la mañana fuimos a visitar las ruinas de la ciudadela prehispánica de Tastil, las ruinas urbanas más grandes del país, y luego seguimos bajando por los hermosos paisajes de
Terminaba así un intenso, duro, pero extraordinario recorrido por el Noroeste argentino, por zonas de gran altitud, bastante poco frecuentadas por el turismo y poco pobladas. Una experiencia gratificante, un desafío deportivo y una oportunidad de conocer lugares y gente como sólo da la bicicleta.
En suma, fueron
Ver las fotos del recorrido entre Antofagasta y San Antonio de los Cobres.
Ver las fotos del recorrido entre San Antonio de los Cobres y Salta.
Ver la primera parte de este viaje: el recorrido La Rioja – Antofagasta.